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muerte.
Os comprendo dijo Anigh en la misma jerga , pero os ruego que no permitáis que os ocurra nada. Tengo
un cierto interés en que sigáis con vida.
¡Ya basta! les interrumpió lord Gho haciéndole señas a Elric para que lo acompañara . Vamos, os
proporcionaré todo lo que necesitaréis para encontrar la Fortaleza de la Perla.
Y os agradecería que no me dejarais morir. Os demostraría todo mi agradecimiento, mi señor dijo Anigh
desde atrás, al tiempo que se cerraba la puerta de acceso al patio.
3
En el Camino Rojo
Y así fue como, a la mañana siguiente, Elric de Melniboné abandonó la antigua Quarzhasaat sin saber qué iba a
buscar o dónde lo encontraría, pues lo único que sabía era que debía tomar el Camino Rojo que conducía al Oasis
de la Flor de Plata, para encontrar allí la Tienda de Bronce, donde averiguaría cómo continuar su camino hasta la
Perla en el Corazón del Mundo. Y si fracasaba en esta búsqueda ominosa, perdería en ella la propia vida, por lo
menos.
Lord Gho Fhaazi no le había dado ninguna otra información, y era evidente que el ambicioso político no sabía
más de lo que ya le había dicho: «Cuando la Luna de Sangre arda sobre la Tienda de Bronce se abrirá el camino
hacia la Perla».
Al no saber nada sobre las leyendas o la historia de Quarzhasaat, y muy poco de su geografía, Elric había
decidido seguir el mapa que se le había entregado para llegar al Oasis. Era bastante sencillo. Mostraba un camino
que se extendía a lo largo de por lo menos cien millas, entre Quarzhasaat y el oasis de tan extraño nombre. Más allá
estaban las Columnas Accidentadas, una cadena de montañas bajas. No se citaba la ubicación de la Tienda de
Bronce, y tampoco se hacía referencia alguna a la Perla.
Lord Gho creía que los nómadas estaban mejor informados, pero no había sido capaz de garantizar que los
nómadas estuvieran dispuestos a hablar con Elric. Confiaba en que se mostrarían amistosos una vez supieran quién
era, con la ayuda de un poco del oro que lord Gho le había entregado, pero no sabía nada sobre el hinterland del
Desierto Susurrante ni sobre su pueblo. Lo único que sabía era que lord Gho despreciaba a los nómadas, a quienes
consideraba como seres primitivos, y se mostraba resentido cuando ocasionalmente se les permitía entrar en la
ciudad para comerciar. Elric confiaba en que los nómadas tuvieran costumbres más educadas que las de quienes
aún creían que todo el continente se hallaba bajo su mando.
El Camino Rojo merecía su nombre. Oscuro como la sangre medio seca, cortaba el desierto entre elevadas
dunas, lo que sugería que hubiera podido ser en otros tiempos el río en cuyas riberas se había construido
originalmente la ciudad de Quarzhasaat. A cada pocas millas, los bancos de arena descendían para dejar al
descubierto el gran desierto, que se extendía en todas direcciones, como un mar de dunas ondulantes agitadas por la
brisa, cuya voz era débil aquí, pero que aún seguía pareciéndose al susurro de un amante encarcelado.
El sol se elevó con lentitud hasta configurar un cielo brillante de color índigo, tan quieto como el telón de fondo
de un escenario de teatro, y Elric agradeció la vestimenta local que le proporcionó Raafi as-Keeme antes de partir,
compuesta por una capucha blanca, justillo y calzones sueltos, calzado de lienzo blanco hasta las rodillas, y un
visor que le protegía los ojos. Su caballo, un animal corpulento y grácil, capaz de alcanzar gran velocidad y de
fuerte resistencia, iba envuelto de modo similar en lienzo, para protegerlo tanto del sol como de la arena, arrastrada
constantemente por las suaves ráfagas de viento que agitaban el paisaje. Parecía haberse hecho un claro esfuerzo
por mantener el Camino Rojo libre de la arena que se acumulaba contra las orillas y que amenazaba con
convertirlas en altas murallas.
Elric no había perdido nada de su odio contra esta situación o contra lord Gho Fhaazi; tampoco había perdido su
determinación de permanecer con vida, rescatar a Anigh, regresar a Melniboné y reunirse con Cymoril. El elixir de
lord Gho había demostrado ser un adictivo, tal como había afirmado el noble, y Elric llevaba consigo dos frascos en
las alforjas. Ahora ya estaba convencido de que terminaría por matarle y de que sólo lord Gho poseía el antídoto.
Esa creencia no hacía sino reforzar su determinación de vengarse del noble en cuanto se le presentara una
oportunidad.
El Camino Rojo parecía interminable. El cielo se estremecía con el calor, a medida que el sol se elevaba en el
cielo. Y Elric, que desaprobaba los lamentos inútiles, se encontró deseando no haber sido nunca lo bastante
estúpido como para comprarle el mapa a aquel marinero ilmiorano, o para aventurarse por el desierto a pesar de ir
tan mal preparado.
Convocar a las fuerzas sobrenaturales para que me ayuden ahora no haría sino completar mi estupidez dijo
en voz alta en la soledad del desierto . Y, lo que es más, quizá necesite esa ayuda cuando llegue a la Fortaleza de
la Perla.
Sabía que el disgusto que sentía para consigo mismo no le inducía a cometer más estupideces, a pesar de que
seguía dictando sus acciones. Sin él, sus pensamientos habrían podido ser más claros y hasta podría haberse
anticipado a la trampa de lord Gho.
Incluso ahora dudaba de sus propios instintos. Durante la hora anterior había imaginado que alguien le seguía,
pero no había visto a nadie sobre el Camino Rojo. Hubo momentos en que miraba de repente hacia atrás, se detenía
sin advertencia previa o retrocedía un trecho con el caballo. Pero, al parecer, se hallaba tan solo ahora como lo
había estado desde el inicio del viaje.
Quizá ese maldito elixir también afecta a mis sentidos se dijo dando unas palmadas sobre la tela
polvorienta del cuello de su caballo.
En el lugar donde se encontraba ahora, los grandes baluartes del camino descendían, convertidos en poco más
que túmulos a ambos lados. Retuvo su caballo al creer que había percibido un movimiento que le pareció algo más
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