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cuyo parecer aclare tus dudas, cuya alegría destierre tu tristeza y, finalmente, cuya
presencia deleite tu vida. Hemos de elegir los amigos tales que, en cuanto fuere posible,
estén desnudos de deseos: porque los vicios entran solapados y después se extienden a
todo lo que hallan cercano, ofendiendo con el contacto; por lo cual conviene (como se
hace en tiempos de pestilencia) que no nos sentemos junto a los cuerpos infectos y
tocados de la enfermedad, porque, atraeremos a nosotros los peligros, y con sola la
comunicación vendremos a enfermar. De tal manera debemos cuidar en elegir los talentos
de los amigos, que sean sin tener la menor falta, porque suele ser origen de enfermedad
mezclar lo sano con lo que no lo está. Pero en esto no es mi intento decirte que a tu
amistad no atraigas otros más que al sabio: porque ¿dónde has de hallar a éste, a quien
todos los siglos hemos buscado? Por bueno has de tener al que no es muy malo, pues
apenas tuvieras comodidad de hacer mejor elección, aunque buscaras los buenos entre los
Platones y Xenofontes y en aquella fértil cosecha de los discípulos de Sócrates, y aunque
gozaras de la edad de Catón, que habiendo producido muchos hombres dignos de haber
nacido en su vida, produjo otros muchos peores que en otro algún siglo, siendo
maquinadores de grandes maldades; y siendo los unos y los otros necesarios para que
fuese conocido Catón, convino hubiese buenos de quien fuese aprobado, y malos en
quien se experimentase su valor. Pero en este tiempo, en que hay tanta falta de buenos,
hágase elección menos fastidiosa, y en primer lugar no se elijan hombres tristes, que todo
lo lloran, sin que haya cosa alguna que no les sirva de motivo para quejas; y aunque éstos
tengan fe y amor, es contrario a la tranquilidad el compañero que anda siempre inquieto y
el que se lamenta de todo.
Capítulo VIII
Pasemos a la hacienda, ocasión grande de las ruinas humanas; porque si hacemos
comparación de las demás cosas que nos congojan, como son la muerte, las
enfermedades, los temores, los deseos y el padecer dolores y trabajos con los demás
daños que nuestro dinero nos acarrea, hallarás que la hacienda es la que nos pone mayor
gravamen; y así debemos ponderar cuán más ligero dolor es no tenerla, que el perderla
después de tenida; y con esto conocemos que, al paso que la pobreza es menor materia de
tormento, lo es de daño: porque te engañas si juzgas que los ricos sufren más
animosamente las pérdidas. El dolor de las heridas es igual a los pigmeos y gigantes.
Bien dijo con elegancia que el mismo dolor sentían los calvos que los guedejudos,
cuando les arrancaban algún cabello. Esto mismo has de entender de los pobres y de los
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Lucio Anneo Séneca Tratados morales
ricos que sienten un mismo tormento: porque estando los unos y los otros asidos al
dinero, no puede arrancárseles sin dolor; pero como tengo dicho, más tolerable es el no
adquirir que el perder: y así verás que viven más contentos aquellos en quien jamás puso
los ojos la fortuna que los otros de quien los apartó. Bien conoció esta verdad Diógenes,
varón de grande ánimo, y dispúsose a no poseer cosa que se le pudiese quitar. A esta que
yo llamo tranquilidad, llámala tú pobreza, necesidad o miseria, y ponle otro cualquier
ignominioso nombre, que cuando hallares alguno libre de pérfidas, juzgaré que Diógenes
no fue dichoso, o yo me engaño, o sólo el reino de la pobreza no puede ser ofendido de
los avarientos, de los engañadores, de los ladrones y robadores; y si alguno duda de la
felicidad de Diógenes, podrá también dudar de la de los dioses inmortales, pareciéndole
que no viven felices porque no tienen adornados jardines ni preciosas quintas cultivadas
de ajenos caseros, y porque no tienen grandes juros en los erarios. Tú, que con las
riquezas te desvaneces, ¿no te avergüenzas de ello? Vuelve los ojos al mundo, y verás
que los dioses, que lo dan todo, están desnudos y sin poseer cosa alguna: ¿juzgarás tú por
pobre, o por semejante a los dioses, al que se desnudó de todas las riquezas? ¿Tienes por
más dichosos a Demetrio y Pompeyano, que no hubieron vergüenza de ser más ricos que
Pompeyo, haciéndoseles cada día relación de los criados que tenían, como la que al
emperador se hace de los soldados de su ejército, habiendo poco antes sido las riquezas
de éstos, dos esclavos, que sustituyendo servían por ellos, y un aposento algo más
acomodado? Huyósele a Diógenes un solo esclavo que tenía, llamado Manes, y habiendo
sabido dónde estaba, no hizo diligencia en recobrarle, diciendo parecería cosa torpe que
pudiendo Manes vivir sin Diógenes, no pudiese Diógenes vivir sin Manes. Paréceme que
en esto dijo a la fortuna, hiciese lo que quisiese, que ya no tenía que ver con él: huyóseme
mi esclavo o, por mejor decir, fuese libre, pídenme de comer y vestir mis criados, siendo
forzoso dar sustento a los estómagos de tantos voraces animales, siéndolo asimismo el
vestirlos, y el vivir cuidadoso de sus arrebatadoras manos, siendo inexcusable el
servirnos de quien siempre vive con llantos y quejas. Más dichoso es aquel que a nadie
debe cosa alguna, sino es a quien con facilidad puede negar la paga, que es a sí mismo.
Pero ya que no nos hallamos con suficientes fuerzas, conviene por lo menos estrechar
nuestros patrimonios para estar menos expuestos a las injurias de la fortuna. Los cuerpos
pequeños, que con facilidad se pueden cubrir con las armas están más seguros que
aquellos a quien su misma grandeza expone más descubiertos a las heridas: de la misma
suerte es más seguro aquel estado que ni llega a la pobreza ni con demasía se aparta de
ella.
Capítulo IX
Agradáranos esta moderación, si nos agradare primero la templanza, sin la cual no hay
riquezas que basten, y sin ella ningunas obedecen bastantemente, estando tan en nuestra
mano el remedio, pudiendo, con sólo admitir la templanza, convertirse la pobreza en
riqueza. Acostumbrémonos a desechar el fausto, midiendo las alhajas con la necesidad
que de ellas tenemos: la comida sirva para dar satisfacción a la hambre, la bebida para
extinguir la sed, y camine el deseo por donde conviene. Aprendamos a estribar en
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Lucio Anneo Séneca Tratados morales
nuestros cuerpos: compongamos nuestro comer y vestir, no dando nuevas formas, sino
ajustándolo a las costumbres que nuestros pasados nos enseñaron. Aprendamos a
aumentar la continencia, a enfrenar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira, a mirar
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